domingo, 10 de marzo de 2013

2.


La mujer pagó un paquete de pipas y una barra de pan y animó a África a que la acompañara hasta su casa. Unos metros más adelante, entró en un portal. El mismo portal del que había salido el chico alto momentos antes. Entraron luego en el ascensor y pulsó con sus finos dedos el número nueve. Comenzaron a subir.


-¿Vives en la novena planta? –preguntó curiosa.
-Exactamente. –respondió sonriendo
El ascensor paró. Noveno A. Sacó las llaves y abrió la puerta. La entrada estaba muy bien decorada, había un pequeño mueble con cajones y un espejo justo encima.
-Voy a por el bonobús. No tardo.
Esperó viendo algunas fotos enmarcadas que había allí mismo. La mujer volvió sin bonobús.
-Lo siento, no lo encuentro. Se lo llevó mi hijo esta mañana y creí que lo había dejado aquí de nuevo. Miraré en el salón, acompáñame si quieres.
Eso hizo.
-Ese es mi hijo.- dijo señalando una foto.
-No puede ser…- balbuceó
-¿Qué?-preguntó ella algo desconcertada
En la foto aparecía él. El chico del autobús. El chico del coche. Se sorprendió bastante, probablemente ella lo notó.
-¿Estás bien?
-Sí, no… no pasa nada.
En ese instante alguien abrió la puerta. Era él. Junto con un hombre.
-Y este es mi marido. –señaló la mujer
El chico la miraba sorprendido. Sonrió.
-¿Y tú eres…? –preguntó él mismo
-África-respondió
-Toni, ¿tienes tú el bonobús?-preguntó la mujer
El chico lo sacó del bolsillo y se lo dio a su madre. Esta se lo acercó a África.
-¿Te llamas Toni? –preguntó mirándolo
-Sí, África –rió
-Pues gracias. –dijo a su madre mirándola
-De nada. -sonrió ella
-Espera, ¿por qué no invitamos a esta muchacha a comer? –propuso Toni
-De acuerdo. Estaría bien. –asintió su madre.
-No, es que en serio, no hace falta…
-Se queda. –la miró Toni.
Llamó a su casa. Su madre estaba bastante enfadada. Le explicó lo ocurrido y finalmente cedió a que se quedara.
Durante la comida hablaron bastante todos, aunque la chica apenas miró a Toni. Se sentía avergonzada. Después de comer, él se ofreció a llevarla a casa. No sabía si fiarse pero entonces miró fijamente sus ojos color miel. Le transmitían seguridad y confianza. ¿Iba a montarse en el coche de un completo desconocido a la primera de cambio? Sí.
-Ven, vamos. –le dijo
Se despidió de la familia y lo siguió. Entraron en el ascensor. No habló él. Tampoco ella. Sólo miraban el suelo. África estaba temblando, no se sentía precisamente cómoda.
-Así que me persigues, ¿eh?- rió el chico saliendo del ascensor
-¿Perseguirte? Ni de coña. Ya quisiera yo que todo esto no hubiera ocurrido y estar en mi casa.
-No me lo creo.
-Pues cree.
-Ha sido el destino. –rió de nuevo
-Ha sido casualidad. –rectificó ella
-Eso no existe. El futuro está escrito.
-¿Crees en esas tonterías?
-¿Tú no?
-Para nada.
-Son puntos de vista. –dijo él abriéndole la puerta del coche.

Entró sin hacer ningún comentario más. Él rodeó el coche y se montó en el asiento del conductor. Esperó un instante, durante el cual África observó el movimiento de sus dedos golpeando alegres el volante. Tenía unas manos bonitas. Eran muy masculinas. Casi nunca se fijaba en las manos de la gente, pero aquella vez fue una de las excepciones. Subió la mirada un poco más: él llevaba una camiseta azul de mangas cortas que dejaba ver sus fuertes y atrayentes brazos. Se preguntó ella cuantas chicas habrían estado entre ellos. Seguro que muchas. Un chico tan guapo y con tal cuerpo seguro había tenido bastantes novias. Al menos muchas pretendientas. Aunque, ¿quién le decía a que no tuviera él actualmente una relación? Áfri –pensó para sí misma–los pies en la tierra. Miró entonces sus pies. No estaban en la tierra, sino en el suelo de su coche. Giró de nuevo la cabeza hacia la izquierda. Vio entonces cómo la acera de enfrente se movía. Y la carretera. No. Los que se movían eran ellos. ¿Cuándo había arrancado?

Toni creía verdaderamente en el destino. Existía. A sus veinte años, ya le habían pasado una serie de cosas que le llevaban a tener ese pensamiento, aunque nunca un encuentro tan repetitivo con una chica como África. Le gustaban sus ojos azules, su pelo ondulado castaño, que realzaba sus sonrojadas mejillas. De cuerpo tampoco está mal –pensaba él.
Decidió romper el hielo y hablarle.
-¿Dónde vives?
-Si tanto crees en el destino, déjate llevar y llegaremos, ¿no? –rió ella divertida
-Ah… Bien, eso haré.
-¡Eh! ¡Espera!
-¿Qué?
-¡Estás loco!
-¿Y esto a qué viene?
-¿¡Por qué giras hacia la derecha!? ¡Había que seguir recto! –gritó ella alarmada
-Pero si no me has dicho dónde vives…
-¡Sí que lo hice!
-De eso nada. Me dijiste que me dejara llevar. No mencionaste tu dirección.
-¡Estaba a punto de hacerlo!
-Tarde. –sonrió él con una sonrisilla pícara.
Ella se puso nerviosa. ¿Qué hacía? ¿A dónde la llevaba? ¿Y si era un secuestrador? ¡Un violador! ¡O peor…! No, no se le ocurría algo peor. Gritó, gritó. Gritó de nuevo un “¡para el coche, joder!”. Y él aparcó.
-¡Eh! Que no soy ningún violador de jovencitas, tranquila…
Era como si le hubiera leído la mente a África. Ella se tranquilizó. Frunció el ceño y cruzó los brazos.
-Que cara de enfadada… Pensaba llevarte a tomar algo pero vista tu actitud… -se rindió el chico
-Llévame a casa, por favor.

Le dijo la dirección y rápidamente él siguió sus órdenes. Se despidieron con un simple “adiós”, aunque Toni le dedicó la más cálida de sus sonrisas. África seguía mostrándose fría pero su interior moría de ganas por devolver la sonrisa a aquel atractivo chico. Al llegar, su madre estaba en el trabajo. Se asomó por la ventana. Toni ya no estaba. Normal. ¿Por qué iba a quedarse?  Y además, ¿qué le importaba a ella si se quedaba? ¿O sí le importaba? No, no podía ser de ninguna manera puesto que había conocido al chico ese mismo día.

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