Pasaron la primera, la segunda y la tercera hora entre charlas
aburridas y comentarios sobre África y los chicos aquellos. Timbre. Recreo.
Sesenta, sesenta y una, sesenta y…
-¡Para, para, para! –suplicó Toni.
-Uh, que poco aguantas… -rió Marcos al verlo tan agobiado
Le alargó la mano y Toni se levantó del suelo. Estaban
sudando. Toni más que Marcos. Para él, el esfuerzo era mayor. No estaba en el
gimnasio, todo el ejercicio que hacía era en casa o saliendo a correr. Con eso
se mantenía. Por las tardes, estudiaba. Marcos por el contrario, llevaba ya
seis meses apuntado a ese mismo gimnasio, y se notaba.
-Un descansito… -cedió Marcos
Caminaron hasta la cafetería. Toni compró de la máquina
expendedora una botella de agua.
-Es un robo. ¡1,80 euros!
-Lo que es un robo son las cuotas del gimnasio. Como sigan
así me quitaré. –dijo Marcos poniendo cara de tristeza.
Toni sonrió. Se quedó pensativo mirando a una chica que
pasaba por detrás de Marcos. Era morena. Un buen cuerpo. Sonrisa pura. Se
acercó ella a la mesa donde estaban los dos amigos.
-¿Necesitáis algo más? –preguntó la jovencita sin dejar de
sonreír
Los ojos de Marcos se abrieron como platos al verla.
-¡Teresa! –se puso en pie
-¡¿Marcos?!
Toni miraba atónito la escena. La chica y su amigo se
abrazaron calurosamente.
-¿Qué haces aquí? –le preguntó Marcos intrigado
-Entré ayer a trabajar aquí, para pagarme los estudios.
-Madre mía, estás tan deslumbrante como siempre…
-Tú tan atento como de costumbre…
Volvieron a reír los dos. Fue entonces cuando Teresa se
percató de la presencia de Toni.
-¿No nos presentas? –preguntó la chica entusiasmada
-Toni, esta es Tere, una antigua vecina y amiga. –presentó
Marcos
-Encantado.
Dos besos. El segundo fue en la comisura de los labios.
Parecía que a la chica le había gustado Toni. Momento incómodo para él, que miró
el reloj: las doce y cuarto. En tres cuartos de hora se marcharía.
Durante todo el mes de junio había estado asistiendo de
nueve y media a dos, aunque la última
semana estaba yendo de ocho y media a una, ya que su querido amigo había
conseguido cambiar su horario para que pudieran ir juntos, quizás por eso nunca
antes había coincidido con África en el autobús. Que él supiera, claro.
-Me voy, chicos.
-¿Tan pronto, Toni? –preguntó Teresa intrigada
-Sí, quiero hacer un poco de spinning y luego darme una
ducha antes de marcharme.
-Como quieras… -se conformó la chica
-Un placer, adiós. –dos besos a Teresa. –Adiós, tío.
–puñetazo cariñoso en el hombro de su amigo, que arqueó las cejas a modo de
despedida. Se llamarían más tarde.
Teresa vio como su “nuevo amigo”, si podía llamarlo así, se
alejaba. Un cuerpo excelente. Alto, pelo castaño. Se había prendado también de
sus ojos. ¡De su sonrisa! Qué perfecta era. ¿Tendría novia?
Aprovechó para hacerle algunas preguntas a Marcos sobre su
amigo cuando ya estaban solos.
Doce y media. “Que pesadilla” pensaba África, que estaba
echada sobre el hombro de Lidia, mirando al techo. Era casi tan blanco como el
de su habitación, aunque no le transmitía la misma tranquilidad.
-Todavía nos quedan aquí dos horas. –apuntó Alejandra, que
jugaba con un bolígrafo entre las manos.
Al principio de la clase había dos chicas que charlaban
tranquilamente. Parecían contentas. Más cerca de África y sus amigas, estaban
Raúl y Bruno. El segundo escondía el móvil bajo sus piernas para que la
profesora, que estaba sumergida en el mundo online,
no le pillara chateando. El primero en cambio, dormía apoyado en sus brazos.
El panorama era aburrido. Las evaluaciones eran esa misma
tarde, no debería de haber clase ya.
África pensaba en Toni y lo mucho que le apetecía verle de
nuevo.
Las una menos diez. Toni se duchaba tranquilo en el
vestuario masculino. Sólo dos chicos más estaban allí también. Uno de ellos no
tendría más de dieciséis años, el otro rondaría los veintidós o veintitrés.
-¿Has visto a la nueve camarera del bar? –preguntó el más
joven
Toni lo escuchó desde la cabina de la ducha. Prestó atención
mientras se enjabonaba el cuerpo.
-Ah, sí, la he visto.
-¡Que buena está, joder!
-Sí, no está mal.
-¿Qué no está mal? ¡Está más que bien!
Toni soltó una carcajada inapreciable para los dos chicos.
Que hormonas más revueltas las de los adolescentes. Aunque a decir verdad, el
sólo tenía veinte años.
-¿Cómo que no está mal? ¡Está más que bien, te digo!
–insistió el chico al ver que su compañero de vestuario no le prestaba atención
Toni recordó entonces su pensamiento con respecto a África
durante la cena. Sus padres estaban de acuerdo en que era muy mona, el también,
aunque no lo había demostrado.
Alcanzó la toalla y se la ató en la cintura. Salió de la
cabina. El chico más mayor se despidió con una sonrisa leve y salió. El
adolescente lo miraba.
-Tío… ¿tienes desodorante? –le preguntó
-Sí, toma. –respondió Toni acercándoselo.
-Gracias, tío. Me llamo David.
-Yo Toni.
El chico era un poco pesado, a su parecer. Apartó la toalla
de sus piernas. Estaba desnudo. No prestaba atención a la presencia de David,
que lo miró de arriba abajo, deteniéndose en su miembro. El chico se separó la
goma de su pantalón deportivo y la de los bóxers a la vez. Miró su interior y
tras eso, dirigió la mirada hasta la entrepierna de Toni de nuevo, que ya se
había puesto unos calzoncillos.
Toni se percató de la mirada indiscreta del joven y antes de
que este dijera nada, cogió su macuto y salió con un “adiós”.
“Seguro que el chaval hace alguna guarrería aprovechando que
está solo” pensó Toni.
Para salir había que pasar por la cafetería-bar. Estaba a
punto de entrar cuando cayó en la cuenta de que no se había puesto la camiseta
con la prisa por salir de allí y evitar las preguntas o comentarios del chico
aquel. Se disponía a ponérsela cuando unas uñas rozaron suavemente su cuello,
bajando por su espalda y deteniéndose en el filo de su pantalón. Toni giró la
cabeza. Teresa.
Una y diez. Una y once. Una y doce. Y trece. Ahora las
chicas del principio de la clase estaban junto a ellas, contando anécdotas que
las hicieran parecer mejores a la vista de sus compañeras. África pensaba que
era patético forzar así la realidad. “Que falsas son” pensaba a la vez
Alejandra, que sonreía disimulando su incredulidad en algunas de estas
historietas. Miraban el reloj cada dos por tres.
-Hola… -saludó Toni con desgana
-¡Hola! –rió Teresa. – ¿Una Coca Cola?
-No, tengo prisa… aún tengo que llegar a la parada del
autobús y todo eso.
-Ah…
Teresa agachó la cabeza, pero no duró mucho, apenas unos
segundos.
-¿Y mañana vienes?
Toni escuchó esas palabras inquieto. ¿Por qué esas ganas de
la chica que acababa de conocer por verle? En ese momento le hubiera soltado
una bordería, no se encontraba muy bien, pero pensó en que la chica no le había
hecho nada. Pobrecita.
-Sí, mañana estaré aquí de nuevo. –sonrió
A Teresa le sentó bien volver a ver esa preciosa sonrisa.
Por un momento había tenido la sensación de estar agobiando al chico. Y aunque
ahora estaba convencida de que no, así era.
-Adiós. –se despidió Toni sonriente, que había estado
observando la mirada profunda de Teresa. Sus ojos llamaban la atención. Eran
marrones oscuros, pero transmitían mucho.
Los de Toni se desviaron inconscientemente hasta el pecho de
la chica. “Puto subconsciente” pensó él. Cuando retiraba la mirada vio en el
polo de la chica el nombre del gimnasio de nuevo. África. “¿Qué haces, Toni?
Quítatela de la cabeza”. África. “¿Otra vez? Gilipollas.”
-¿Piensas algo? –preguntó Teresa divertida, que se había
dado cuenta de que Toni miraba sus firmes atributos femeninos.
-No, no. –rió Toni intentando que no se notara el nerviosismo
por aquel incómodo momento.
-Bueno, pues si te vas…
-¡Hola! –interrumpió el adolescente de los vestuarios,
entrando a la cafetería-bar, mirando el cuerpo de la camarera de arriba abajo.
Teresa se dirigió detrás de la barra y atendió al chico, que
nervioso e inexperto intentaba seducir inútilmente a la chica.
-¡Hasta mañana! –gritó Toni saliendo de la cafetería
Teresa le guiñó un ojo. Toni salió confundido. Había pensado
que Teresa era una de esas chicas que intenta llamar continuamente la atención,
atraer a los chicos hacia ella. Sacó su móvil y se centró en pensar en otras
cosas, al fin y al cabo, no conocía a esa Teresa. Ningún mensaje, ninguna
llamada. Miró un momento hacia atrás. Un cartel enorme, rojo, en el que ponía GymAfric lo despedía de aquella mañana
de entrenamiento. África. Otra vez. Tuvo una idea.
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