Le dijo la dirección
y rápidamente él siguió sus órdenes. Se despidieron con un simple “adiós”,
aunque Toni le dedicó la más cálida de sus sonrisas. África seguía mostrándose
fría pero su interior moría de ganas por devolver la sonrisa a aquel atractivo
chico. Al llegar, su madre estaba en el trabajo. Se asomó por la ventana. Toni
ya no estaba. Normal. ¿Por qué iba a quedarse?
Y además, ¿qué le importaba a ella si se quedaba? ¿O sí le importaba?
No, no podía ser de ninguna manera puesto que había conocido al chico ese mismo
día.
Estaba cansada. Caminó hacia su cuarto con cansancio.
Mientras andaba por el pasillo recordó los nueve pisos que había que subir en
ascensor de la casa de Toni. –Menos mal que vivo en una casa de planta baja
–pensó. –Y con jardín.
Sus pies se pararon ante una puerta de madera con un cartel
en el que ponía: “Atrévete a soñar”. Sí, ese era su cuarto. Sus finas manos se
posaron sobre el pomo, que giró delicadamente y le dio paso a su mundo: su
habitación.
África se descalzó dejando los zapatos por alguna parte
cualquiera y se dejó caer en la cama. Que cansada estaba. Le dolían las
piernas. Con la cabeza en la almohada y los brazos bajo esta, miraba el techo.
Blanco. Cerraba los ojos, los abría. Pestañeaba vagamente.
-¡África a cenar!
Silencio.
-¡África! –esta vez la voz se oyó más cerca
Silencio.
Una mano se posó sobre el hombro de la chica, que parpadeó
un par de veces antes de ver a su madre ante ella, zarandeándola para que se
pusiera en pie. ¿Cuánto tiempo había dormido? Se incorporó. Miró ese reloj tan chulo de Chanel que le
había regalado su tío en Navidad. Las nueve y diez. Tampoco era tan tarde. O
sí. Estaba desorientada.
Anduvo descalza hasta el salón. Su hermano pequeño, su madre
y el novio de esta la esperaban sentados.
-¡Has dormido mucho! –dijo su hermano
-Ya. Estaba cansada. –contestó ella
-¿Cómo volviste al final? –preguntó su madre
-En coche. Toni me trajo.
-¿Quién es ese Toni? No me gusta que te montes en el coche
con desconocidos.
-Es un… -iba a llamarlo “amigo” pero rectificó –chico.
-Desde luego… -suspiró su madre. – ¿Conduce bien?
A decir verdad no se había fijado en su forma de conducir,
aunque había llegado viva, y esa le parecía suficiente razón para dar a Toni el
visto bueno como conductor.
-Bastante bien. –respondió entonces
-¿Cuántos años tiene?
Pensó unos instantes. No lo sabía. Miró a su hermano. Él
ponía cara de interesado. Miró a José, el novio de su madre. Masticaba. Ella
tenía los ojos puestos en los de África.
-No lo sé –dijo finalmente
-No sabes nada de él –dijo José
Pues no. No sabía nada de él. Sólo que conducía y que era
guapo. Ah, y el nombre. Aunque pensando… él tampoco sabía nada de ella. ¿Se
acordaría de su cara? ¿Estaría pensando en ella?
En otra parte de la
ciudad…
¿Dónde estarían ahora esos ojos azules? ¿Y ese pelo
ondulado? ¿Dónde andarían esas largas piernas tan deseables? ¿Dónde estaría
ella?
Toni rió tumbado en la cama recordando la reacción de la
chica al girar él a la derecha cuando debería haber seguido todo recto.
-¡Antonio! –se escuchó desde el salón
Manuel, el padre de Toni, estaba enfadado. Se notaba por la
forma de llamarlo.
-¡Dime! –contestó el chico
-Ven.
Fue.
-¿Qué pasa? –preguntó apoyado en la puerta
-¿Y las llaves del coche? No están en su sitio.
-Ah, pues en mi panta… ¡Joder!
-¿Qué pasa?
-Las metí en el pantalón. Cuando me duché al llegar lo metí
en la lavadora…
La cara de Manuel cambió a blanco de un modo repentino.
-¿¡En la lavadora!? ¿¡Pero dónde cojones tienes tú la
cabeza, eh!?
Toni rió a carcajadas. Sacó las llaves del bolsillo y se las
acercó a su padre, quien suspiró aliviado y le dio un golpe cariñoso en la
cabeza.
-¡No me des estos sustos, hombre!
Toni rió de nuevo.
-Así sólo conseguirás que no te deje las llaves, por
gracioso. –le advirtió su padre
-Relájate, hombre.
Las diez menos diez.
-¡Toni, Manuel! A cenar. –gritó Marta ajena a la divertida
discusión de las llaves entre su marido y su hijo
Los dos entraron al salón entre bromas. Sin duda, eran
amigos además de padre e hijo.
La televisión encendida, al igual que la luz que alumbraba
toda la mesa.
-¿Llegó bien la chica a su casa? –preguntó al chico su madre
-¡Pero Marta! ¿Cómo no va a llegar bien? Si nuestro hijo es
muy cuidadoso al volante… -respondió Manuel irónico.
Toni rió.
-Sí soy cuidadoso, por supuesto que sí.
-No con las llaves…
-Sois un caso aparte… -comentó Marta. – ¿Volverás a verla?
-No creo… -respondió Toni a su madre pensativo
-Es mona –comentó el padre
Su madre le dio la razón. Él pensaba lo mismo, aunque no lo
dijo. Se limito a soltar un “no está mal…”, aunque quería decir “está muy
bien”.
-¿Mañana tienes que ir de nuevo al gimnasio aquel? –preguntó
Marta
-Sí, que remedio…
-Si no quieres ir no vayas –concluyó Manuel
-Ya que me lo regalaron lo aprovecho.
-Pues fue un regalo original…
-Y tanto, cuando vi eso de: “un mes gratis en el GymAfric” me sorprendí. Nunca me habían
regalado nada igual. –rió Toni
Al pronunciar el nombre del gimnasio se acordó de África.
-El horario es lo que falla, ¿no crees?
-¿Qué? –preguntó absorto en sus pensamientos. –Ah, sí.
Demasiado temprano. –reaccionó pronto.
-La putada es que no puedes llevarte el coche, tienes que
estar dependiendo del autobús… -dijo Manuel
-La putada es que me tengo que levantar a las ocho menos
veinticinco si quiero llegar a tiempo. –rió Toni
-Al menos vas con Marcos, ¿no?
-Sí. Algo es algo.
En ese mismo
instante, algo más lejos…
-…y así es como conseguí el cromo que me faltaba de la
selección. –concluía el hermano pequeño de África tras haber contado una
pequeña historia.
Irónicos aplausos de su hermana mayor. Y un borde “¿has
terminado?”. Aquella noche estaba realmente antipática. ¿Por qué? Ella nunca
era así. Pensó que lo mejor era irse a dormir y sin siquiera abrir su
ordenador, dio las buenas noches y se acostó.
Un escalofrío recorre su espalda. Sus ojos se abrieron
instantes más tarde. Mira el despertador: las siete y diez. Queda un cuarto de
hora para levantarse. Se queda tumbada mirando el techo una vez más. Le relaja.
Ha dormido con la ventana abierta. Es junio. Casi julio. Hace calor. Las
esperadas vacaciones están a la vuelta de la esquina. Piensa. Quiere dormir. No
puede. La espera otro aburrido día de clase.
Saca las piernas de la cama. Suelo frío. Era agradable esa
sensación. Se puso en pie y caminó hasta la cocina.
-Esta vez no he tenido ni que despertarte, ¿eh? –rió
divertida su madre.
-Me acosté temprano. –respondió África dándole un beso.
Desayunó tranquilamente. Miró su reflejo en el espejo del
salón unos segundos. –Parezco un muerto viviente. –pensó. Recogió el desayuno y
se vistió rápidamente: camiseta azul de tirantes básica y unos vaqueros cortos.
Se calzó sus Converse favoritas y enseguida se peinó: coleta alta. Puso un poco
de color en sus mejillas y pintura en sus pestañas. Ya no parecía tan zombie.
La mochila iba vacía. Pensaba recoger ese día todos los
libros que tenía en la rejilla de la mesa, en clase. En ese instante se acordó del bonobús. No lo
había recargado. Maldijo distintas cosas al azar y cogió un billete de cinco
euros de su monedero. Recordó en aquel instante a Toni y a su madre. El aspecto
serio de su padre.
-¡Mamá, me voy! –le gritó desde la entrada
-¡Hasta luego, llévate dinero y las llaves!
Salió sin hacer mucho ruido. Caminó hasta la parada del
autobús, que estaba llegando.
-Quizás soy yo la menos puntual siempre. –pensó
En efecto, así era.
Alargó la mano por el agujero de la ventanilla del conductor
ofreciéndole los cinco euros. Este le dio el cambio y el ticket. Un tipo
antipático. Arrancó el vehículo. África caminó lentamente en busca de un
asiento. Los del final estaban vacíos pero al principio había dos o tres
libres. Nadie de pie. Ah, sí, un chico de unos trece años. Sólo él.
Ocho menos veinte. Primera parada. Un hombre con ojeras
entra sin mucho ánimo. Ocho menos cuarto. Segunda parada.
A esa misma hora en
una casa cerca de la parada de autobús que quedaba cuarta en el recorrido de
África.
-Me voy, mamá.
-¿Ya está Marcos abajo?
-Ahí está.
-Que os ejercitéis mucho –dijo Marta dando a su hijo un beso
en la cara, de puntillas.
Toni salió de su casa con el macuto del gimnasio. GymAfric.
-África…
-Asia. Europa. América. Oceanía… -comentaba entre risas una
voz masculina detrás de él.
-¡Cabronazo! –saludó Toni a Marcos
-Sí, buenos días para ti también. –rió este
-Venga, tiene que estar al llegar el autobús.
-¿Quién es África?
-Marcos, colega… Eres una maruja… –rió Toni
Ocho menos cinco. Se abren las puertas del autobús. Dos
chicos entran. África está ahí, pero no los ve puesto que está de espaldas
mirando por una de las ventanas. Sigue sentada.
Marcos pica su bonobús. Toni hace lo mismo y, al levantar la
mirada, la ve. Su rostro no puede esconder la sorpresa de volver a encontrarla.
Ahí. Reluciente en la mañana.
-¡Dios! Esa es África… -susurra a su amigo
Marcos busca entonces con la mirada a la chica. Ahí está. No
le ve la cara. No puede.
-¿No la saludas?
-Atento.
Toni adelanta a su amigo y se sitúa unos centímetros detrás
de ella. Flexiona las rodillas y apoya sus manos en ellas, quedando su cabeza a
la misma altura que la de África. Sopla cerca de su oreja.
Un cosquilleo recorre el cuerpo de la chica. Rápidamente,
gira su cabeza hacia la derecha.
-¡Joder!
-Vaya… ¿Tan feo me he levantado?
África quiere sonreír como nunca lo ha hecho, pero se hace
la dura. Toni está allí otra vez. Qué guapo viene.
-¿Otra vez aquí…?
-¿Cuándo me has visto aquí? –ríe él.
-¡Ayer!
-¿Qué dices?
-Sí, estaba aquí. –comenta alegre Marcos que se ha acercado
también.
África levanta un poco la mirada. No le ve. Es más bajo que
Toni. Gira un poco la cabeza hacia la izquierda y aparece junto a ella. Sonríen
los dos. Toni la mira fijamente, despreocupado.
-¿Ves? –dice ella guiñando un ojo a Toni
-Soy Marcos, encantado.
Se dan dos besos.
-África. –sonríe
¡Qué ojos azules tiene! Intensos. Seductores. Pero, ¿y los
de Toni? Cálidos. Apasionados. Vaya dos amigos tan guapos.
África baja la mirada hasta sus brazos. Los de Toni ya los
vio en el coche, los de Marcos son también fuertes. Quizás algo más forzados
que los de Toni. Ella aún no se había puesto en pie pero ya intuía que Marcos
no era más alto que ella. Incluso dudaba de que fueran iguales.
Quinta parada.
-Me bajo aquí, chicos.
-Nos veremos. –sonrió Toni
Marcos la despidió haciendo un gesto con la mano. África
hizo lo mismo y una vez fuera del autobús, sacó la lengua a Toni. Él sonrió de
nuevo, pero ahora de una forma más pícara.
-Oye pues está buena. ¿De qué la conoces?
-De salvarle el culo.
-¡Qué suerte! También tiene buen culo.
-Y que lo digas… ¿Y tú? ¿La viste aquí y no me dijiste nada?
Mirada cómplice entre los dos. Se entendían. Llevaban años
haciéndolo. Toni consideraba a Marcos su mejor amigo. El único bueno de
verdad. Sólo él sabía escucharlo como
necesitaba. Ayudarlo. Apoyarlo. Marcos a su vez, creía que Toni era un tipo
admirable. “¡Menos mal que es mi amigo!” se decía a veces.
Séptima parada. Ocho y veinte. Ahí bajaban ellos.
La primera clase estaba siendo aburridísima. Contando a
África, eran seis en total.
-La gente es inteligente y se queda en casa. –comentaba
Lidia, una de las mejores amigas de África.
-La gente es imbécil y no viene a hacernos compañía en este
día tan maravilloso, cando pasado mañana dan las notas. –comentó Alejandra,
otra buenísima amiga
-Será eso…
-¿Qué te pasa, Áfri? Sosa… -rió
África miró sonriente a sus amigas y les contó un resumen
del día anterior y la mañana de aquel miércoles que había empezado bien.
-¡Pero qué suerte encontrarte con semejantes pivones!
Todas rieron.
-¿Y al tal Toni cuando le ves de nuevo?
-¡Y yo que sé, Li! –rió África nerviosa
-¿Hoy?
-No creo. Mañana quizás. En el autobús. Otra vez.
-Pero ahí estará también Marcos, nena…
-Tía, Lidia, aguafiestas. –comentó Alejandra. Miró entonces
a África. –Tú tranquila que de Marcos me ocupo yo…
Risas de nuevo. Lidia era la única que tenía novio de las
tres, y la que más experiencia tenía en esos temas.
Pasaron la primera, la segunda y la tercera hora entre charlas
aburridas y comentarios sobre África y los chicos aquellos. Timbre. Recreo.
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